domingo, 30 de marzo de 2008

“Un episodio en la vida de un pintor viajero”, de César Aira


Fragmento

Desde semejante goma mágica, el mundo debía verse diferente, pensaba Krause. No eran sólo los recuerdos cercanos los que se teñían de alucinación, sino el mundo cotidiano. Rugendas no hablaba mucho del asunto, todavía debía de estar asimilando los síntomas. Y seguramente no tenía tiempo para llevar a su conclusión un razonamiento, por causa de los ataques, que se daban, promedio, cada tres horas. Cuando lo arrebataba el dolor, era una posesión, un viento interior. No necesitaba dar muchas explicaciones sobre este punto, porque lo que pasaba era demasiado visible, pero aun así decía que en pleno ataque se sentía amorfo.Curiosa coincidencia de palabras: amorfo, morfina. Esta seguía acumulándose en su cerebro. Gracias a ella volvía a pintar, y regulaba sus horarios en los marcos del alivio y el dibujo. Así recuperaba alguna normalidad. No necesitó recuperar la técnica, gracias al procedimiento fisionómico. El paisaje sanluiseño, con sus encantadoras intimidades, fue el objeto ideal para su ejercicios de convaleciente. En sus diecinueve fases vegetales, la naturaleza se adaptaba a su percepción, con velos edénicos; el paisaje morfina.Como un artista siempre está aprendiendo algo mientras practica su arte, así lo haga en las circunstancias más apretadas, Rugendas descubrió en este momento una característica del procedimiento que hasta entonces le había pasado desapercibida. Y era que el procedimiento fisionómico operaba con repeticiones: los fragmentos se reproducían tal cual, cambiando apenas su ubicación en el cuadro. Si no era fácil notarlo, ni siquiera por el que lo hacía, era porque el tamaño del fragmento variaba inmensamente, desde el punto al plano panorámico (podía desbordar mucho al cuadro). Y además, en su trazado, podía ser afectado por la perspectiva. Tan pequeño y tan grande como el dragón.Igual que tantos descubrimientos, este se presentaba en su faz de máxima inutilidad. Pero quizás algún día serviría de algo saberlo.Después de todo, el arte era su secreto. Él había conquistado el secreto, aunque a un precio exorbitante. En el pago se sumaba todo, ¿por qué no iba a sumarse el accidente, y la transformación consiguiente? En el juego de las repeticiones, en la combinatoria, hasta él podía disimularse, y funcionar oculto como un avatar más del artista. Las repeticiones: por otro nombre, la historia del arte.¿Por qué esta ansiedad por ser el mejor? ¿Por qué la única legitimación que se le ocurría era la calidad? De hecho, no podía empezar siquiera a pensar en su trabajo si no era por la calidad. ¿No sería un error? ¿No sería una fantasía malsana? ¿Por qué no hacerlo como todo el mundo (como Krause, sin ir más lejos), es decir lo mejor posible, y poniendo el acento en otros elementos? Esa modestia podía tener efectos considerables, el primero de los cuales sería permitirle ser artista también de otras artes, si quería. De todas. Podía llegar a hacerlo un artista de la vida. La ambición absolutista provenía de Humboldt, que había ideado el procedimiento como una máquina general del saber. Desarmando ese autómata pedante, quedaba la multiplicidad de los estilos, y estos tomados de a uno eran acción.

viernes, 28 de marzo de 2008

"Bodas de sangre", de Federico García Lorca

(…Por la claridad de la izquierda aparece la Luna. La Luna es un leñador joven, con la cara blanca. La escena adquiere un vivo resplandor azul.)

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.

(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

Mendiga:


Esa luna se va, y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blanco limo.
¡Esa luna, esa luna! (Impaciente.)
¡Esa luna, esa luna!

(Aparece la luna. Vuelve la luz intensa.)

Luna:

Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?

Mendiga:

Nada.

Luna:

El aire va llegando duro, con doble filo.

Mendiga:

Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.

Luna:

Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!

jueves, 27 de marzo de 2008

"The Truman Show", de Andrew Niccol

Fragmento final
De pronto, se hace la oscuridad. Vientos violentos y lluvia horizontal azotan el barco. Truman lucha con el timón. Vientos huracanados sacuden el mástil y la quilla, destrozan las velas.
De repente, un rayo alcanza el mástil. Los cordajes se parten y Truman cae por la borda. Consigue agarrarse a una cuerda del mástil y se iza a bordo poco a poco. Truman coge la cuerda y se ata al timón.
Olas monstruosas sumergen sin cesar el barco. Con los cordajes restantes, Truman continúa hacia el corazón de la tormenta.
TRUMAN (Chillando al cielo, hasta hacerse oír por encima de la tormenta): Hey, ¿es lo mejor que sabes hacer? ¡Tendrás que matarme!
Al contrario que sus colegas, presas del pánico, Christof aparenta una calma total. Sólo nosotros vemos la minúscula gota de sudor en su sien que le traiciona.
SIMEON (Impresionado al ver a Truman atarse al barco): ¿Ha perdido el juicio?
MOSES (A Christof): En nombre del estudio, exijo que interrumpas la transmisión.
CHRISTOF (Desafiante, a los operadores): ¡Sigan transmitiendo!
MOSES: No eres tú quien debe decirlo.
CHRISTOF: Asumo toda la responsabilidad...
MOSES: Te lo digo por última vez.
CHRISTOF (Al operador sentado delante de la pantalla tipo radar): ¿Está muy cerca?
OPERADOR: Mucho.
CHRISTOF: ¡Hazlo volcar!
MOSES (Interrumpiéndole): ¡Por el amor de Dios, Christof!
CHLOE (Incapaz de contenerse, se enfrenta a Christof): ¡No puedes hacerlo! Se ha atado al barco. ¡Se ahogará!
SIMEON (Mirando a Truman en el monitor, impresionado por su valentía): Le da lo mismo.
CHRISTOF (Irritado, a los operadores): ¡Hazlo!
Todos los ojos se vuelven hacia Christof. Ninguno de los operadores quiere tocar los controles. Christof se precipita hacia el panel y lo hace. Conecta al máximo los controles del «oleaje».
Una serie de olas gigantescas surcan en formación el mar, procedentes de un origen invisible.
Las olas arrollan el barco de Truman. Da la impresión de que Truman va a perder su batalla contra la tormenta, pues cada ola sucesiva se estrella contra su cuerpo, le roba energías, sólo la cuerda le mantiene erguido. Su cabeza se derrumba, suelta el timón, pierde el control del velero. La voluntad de Truman está cediendo....A punto de ser vencido por la siguiente ola, Truman aferra el timón con todo su cuerpo y se prepara para la última acometida.
Pero la ola no llega. Un extraño fenómeno está ocurriendo en el mar. Ha aparecido una clara división en el oleaje. Entre las enormes olas se ha abierto un pasillo de aguas más calmas, de varios cientos de metros de anchura, una peculiar vía de escape. El viento y la lluvia también están remitiendo, la oscuridad retrocede. Una neblina se aferra a la superficie del agua. Truman dirige su barco hacia el extraño pasillo.
Varias sombras grandes y oscura emergen sobre el horizonte ¿Tierra? ¿Islas? Da la impresión de que las formas, que albergan un enorme mecanismo, incluido un gigantesco timón, descubierto sólo a medias sobre el nivel del mar, son el origen del peculiar oleaje.
Truman continúa navegando hacia el horizonte lejanísimo. Todo está en calma, hasta que vemos la proa del barco chocar contra una enorme muralla azul. Truman se desploma. Se recupera y se arrastra hacia la proa del barco. Sobre él se cierne un ciclorama de dimensiones colosales. El cielo hacia el que ha navegado no es más que un gigantesco decorado. Truman mira hacia arriba, fuerza la vista para distinguir la cumbre del cielo, pero se curva en un ángulo empinado hasta perderse de vista. Se agarra al barco con una mano y extiende la otra, vacilante, hacia el ciclorama pintado. Toca el cielo. Mira alrededor y ríe.
Christof y su equipo de producción observan la reacción de Truman en un silencio estupefacto....Mientras el barco deriva paralelo a la curva, en apariencia infinita, del ciclorama, Truman desvía su atención hacia el contorno del impecable decorado. Extrae la foto de Sylvia del bolsillo de su abrigo y se arrastra hasta la proa del barco.
Allí, camuflada en el cielo pintado sobre el borde del agua, hay una puerta. Truman agarra el pomo y detiene el barco. Se yergue ante la puerta y cierra los ojos en una oración silenciosa.
Los miembros de la sala de control contemplan en silencio el monitor. Su medio de subsistencia está a punto de desvanecerse. Christof abra un pequeño panel de la mesa, rompe un sello y habla por el sistema de megafonía de emergencia conectado a todo el estudio.
CHRISTOF: ¡Truman!
La voz de Christof resuena sobre el mar, ahora en calma.
CHRISTOF: ¡Truman!
Truman suelta el pomo, como si le hubiera quemado la mano. Mira alrededor.
CHRISTOF (Voz en off): Puedes hablar. Puedo oírte.
Truman tarda un momento en recobrarse de su miedo y asombro.
TRUMAN: ¿Quién eres?
CHRISTOF: Soy el creador.
Truman mira al «cielo».
TRUMAN: ¿El creador de qué?
CHRISTOF (Voz en off): De un programa, que proporciona esperanza, alegría e inspiración a millones de seres.
TRUMAN (Incrédulo): Un programa. Entonces ¿qué soy yo?
CHRISTOF (Voz en off): Tú eres la estrella.
Truman se esfuerza en comprender.
TRUMAN: Nada era real.
CHRISTOF: Tú eras real. Por eso daba tanto gusto verte.
Truman saca la foto mojada de Sylvia, recuerda sus palabras en la playa.
TRUMAN (Para sí): «Los ojos están por todas partes.»
Christof coge un Delgado monitor plano. Da vueltas en su silla y contempla la imagen de Truman, que ahora sostiene en sus manos.
CHRISTOF: Escúchame, Truman...…La cámara enfoca la mano de Truman. La voz de Christof resuena sobre el agua.
CHRISTOF: Si quieres, puedes irte. No intentaremos detenerte. Pero no sobrevivirás ahí afuera. No sabrás qué hacer, adónde ir.
La sombra de una duda aparece sobre el rostro de Truman.
TRUMAN (Refiriéndose a la foto): Tengo un plano.
CHRISTOF: Truman, he sido testigo de toda tu vida. Te vi dar el primer paso, tu primera palabra, tu primer beso. Te conozco mejor que nadie. No vas a salir por esa puerta...
TRUMAN: Nunca pusiste una cámara en mi cabeza.
Truman se vuelva hacia el cielo, mira a Christof.
CHRISTOF: Truman, no existe más verdad ahí fuera que en el mundo que creé para ti. las mismas mentiras y engaños. Pero en mi mundo no tendrás nada que temer.
Truman aparenta meditar en las posibilidades. Mira la foto de Sylvia que sostiene en su mano.
CHRISTOF (Enfurecido de repente): ¡Di algo, maldita sea! ¡Aún sigues ante las cámaras, en directo para el mundo...!....Truman abre la puerta del cielo.
Vacila. Tal vez no será capaz de pasarla, al fin y al cabo. La cámara efectúa un lento zoom hacia la cara de Truman.
TRUMAN: Por si no nos vemos... buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Atraviesa la puerta y desaparece. Silencio.

domingo, 23 de marzo de 2008

“La Concha y el Reverendo”, de Antonin Artaud


Dos caminos parecen ofrecerse actualmente al cine, y ninguno de los dos es el verdadero.Por una parte, el cine puro o absoluto y, por la otra, esa especie de arte venial híbrido que se obstina en traducir en imágenes más o menos afortunadas situaciones psicológicas que estarían perfectamente en su lugar sobre un escenario o en las páginas de un libro, mas no en la pantalla, no existiendo apenas más que como reflejo de un mundo que extrae de otra parte su materia y su sentido.Está claro que todo lo que se ha podido ver hasta ahora bajo la etiqueta de cine abstracto o puro está muy lejos de responder a lo que aparece como una de las exigencias esenciales del cine. Pues en la medida en que se sea capaz de concebir y asumir la abstracción en que consiste el espíritu del hombre, sólo se podrá permanecer insensible ante líneas puramente geométricas, sin valor significativo por sí mismas, y que no pertenecen a una sensación que el ojo de la pantalla pueda reconocer y catalogar. Por profundamente que se pueda penetrar en el espíritu, se encuentra en el origen de toda emoción, incluso intelectual, una sensación afectiva de orden nervioso que comporta el reconocimiento en un grado elemental quizá, pero en todo caso sensible, de algo sustancial, de una cierta vibración que recuerda siempre estados, sea conocidos, sea imaginados, estados revestidos de una de las múltiples formas de la naturaleza real o soñada. El sentido del cine puro estaría, pues, en la restitución de un cierto número de formas de este orden, en un movimiento y siguiendo un ritmo que constituya el aporte específico de este arte.Entre la abstracción visual puramente lineal (y un juego de luces y sombras es como un juego de líneas) y el film con fundamentos psicológicos que narra el desarrollo de una historia dramática o no, hay lugar para un esfuerzo hacia el cine verdadero del que nada en las películas presentadas hasta hoy hace prever la materia o el sentido.En los films de peripecias, toda la emoción y todo el humor descansan únicamente en el texto, con exclusión de las imágenes; con muy escasas excepciones, casi todo el pensamiento de un film está en los subtítulos, incluso en los films sin subtítulos; la emoción es verbal, busca la iluminación o el apoyo de las palabras porque las situaciones, las imágenes, los actos giran todos en torno de un sentido claro. Estamos a la búsqueda de un film con situaciones puramente visuales y en que el drama surgiera de un contraste hecho para los ojos, extraído, si puede decirse, en la sustancia misma de la mirada, y que no proviniera de circunloquios psicológicos de esencia discursiva y que son simplemente textos traducidos visualmente. No se trata de encontrar en el lenguaje visual un equivalente del lenguaje escrito en que el lenguaje visual no sería más que una mala traducción, sino antes bien de hacer patente la esencia misma del lenguaje y de transportar la acción a un plano donde toda traducción fuera inútil y donde esta acción actuase casi intuitivamente sobre el cerebro.Yo he tratado, en el guión que sigue, de realizar esta idea del cine visual, donde la misma psicología es devorada por los actos. Sin duda, este guión no realiza la imagen absoluta de todo lo que puede hacerse en ese sentido, pero al menos la anuncia.No es que el cine deba prescindir de toda psicología humana: no es este su principio, muy al contrario, sino el de dar a esta psicología una forma mucho más viva y activa, y sin esas ligaduras que tratan de hacer aparecer los móviles de nuestros actos con una luz absolutamente estúpida en lugar de desplegarlos ante nosotros en toda su original y profunda barbarie.Este guión no es la reproducción de un sueño y no debe ser considerado como tal. Yo no trataré de excusar su incoherencia aparente por la escapatoria fácil de los sueños. Los sueños tienen algo más que su lógica. Tienen su vida, en que no aparece más que una inteligente y oscura verdad. Este guión busca la verdad oscura del espíritu, a través de imágenes surgidas únicamente de sí mismas, y que no extraen su sentido de la situación en que se desarrollan, sino de una especie de necesidad interior y poderosa que las proyecta a la luz de una evidencia sin apoyos.La piel humana de las cosas, la dermis de la realidad, he aquí con qué juega el cine en primera instancia. Exalta la materia y nos hace aparecer en su espiritualidad profunda, en sus relaciones con el espíritu de donde ha surgido. Las imágenes nacen, se deducen las unas de las otras, en tanto que imágenes imponen una síntesis objetiva más penetrante que cualquier abstracción, crean mundos que no piden nada a nadie ni a nada. Pero de este juego puro de apariencias, de esta especie de transubstanciación de elementos, nace un lenguaje inorgánico que conmueve por ósmosis al espíritu y sin ninguna especie de transposición en las palabras. Y por el hecho de que juega con la materia misma, el cine crea situaciones que provienen de un simple choque de objetos, de formas, de repulsiones, de atracciones. No se separa de la vida, pero reencuentra la disposición primitiva de las cosas. Los films más acertados en este sentido son aquellos en que reina un cierto humor, como los primeros Malec, como los menos humanos de Charlot. El cine esmaltado de sueños, y que os transmite la sensación física de la vida pura, encuentra su triunfo en el humor más excesivo. Una cierta agitación de objetos, de formas, de expresiones sólo se traduce bien en las convulsiones y sobresaltos de una realidad que parece autodestruirse con una ironía donde se oye gritar a las extremidades del espíritu.El objetivo descubre a un hombre vestido de negro y ocupado en verter un líquido en vasos de altura y anchura diferentes. Para este transvase se sirve de una especie de valva de ostra y rompe los vasos en cuanto los ha utilizado. El amontonamiento de frascos que hay junto a él resulta increíble. En un momento dado se ve abrirse una puerta y aparecer un oficial de aire bonachón, plácido, ampuloso, y recargado de condecoraciones. Arrastra tras de sí un enorme sable. Está allí como una especie de araña, tan pronto en los rincones oscuros, como en el techo. A cada nuevo frasco roto corresponde un salto del oficial. Mas he aquí que el oficial está a la espalda del hombre vestido de negro. Le quita la valva de ostra de las manos. El hombre se deja hacer con un particular asombro. El oficial da unas vueltas por la sala con la concha, después súbitamente, sacando su espada de la vaina, la rompe de un terrible sablazo. La sala entera tiembla. Las lámparas vacilan y sobre cada una de las imágenes de temblor se ve centellear la punta de un sable. El oficial sale con lento paso y el hombre vestido de negro, cuyo aspecto es muy cercano al de un clergyman, sale tras él a cuatro patas.Sobre el adoquinado de una calle se ve pasar al reverendo a cuatro patas. Ángulos de calles se trasladan ante la pantalla. De golpe aparece una calesa tirada por cuatro caballos. En esta calesa, el oficial se hace un momento con una bellísima mujer de blancos cabellos. Escondido en una esquina el reverendo ve pasar la calesa, la sigue corriendo a todo correr. La calesa llega ante una iglesia. El oficial y la mujer, tras apearse, entran en la iglesia, se dirigen hacia un confesionario. Entran los dos en el confesionario. Pero en este instante el reverendo salta, se lanza sobre el oficial. El rostro del oficial se agrieta, se llena de granos, se expande; el reverendo ya no tiene entre sus brazos a un oficial, sino a un cura. Parece que la mujer de blancos cabellos no ve a este mismo cura, sino que lo ve de otra manera y así se verá en una sucesión de primeros planos, la cabeza del cura, dulce, acogedora cuando es vista por la mujer, y ruda, amarga, terrible a los ojos del reverendo. La noche cae con una sorprendente brusquedad. El reverendo levanta al cura en lo alto de sus brazos y lo balancea; y a su alrededor la atmósfera se hace absoluta. Se encuentra en la cima de una montaña; en sobreimpresión, a sus pies, una maraña de ríos y llanuras. El cura abandona los brazos del reverendo como un obús, como un tapón que estalla y cae vertiginosamente al espacio.La mujer y el reverendo rezan en el confesionario. La cabeza del reverendo se mueve como una hoja y súbitamente se diría que algo comienza a hablar en él. Se arremanga y, suavemente, irónicamente da tres pequeños golpes en las paredes del confesionario. La mujer se levanta. Entonces, el reverendo da un puñetazo y abre la puerta como un exaltado. La mujer está delante de él, mirándole. Él se lanza sobre ella y le arranca su corpiño, como si quisiera herirla en los senos. Pero sus senos se han cambiado en un caparazón de conchas. Él arranca este caparazón y lo agita en el aire, centelleante. Lo sacude frenéticamente en el aire y la escena cambia, mostrando una sala de baile. Entran parejas, unas misteriosamente, andando de puntillas, otras con sumo ajetreo. Las lámparas parecen seguir el movimiento de las parejas. Todas las mujeres van vestidas de corto, muestran sus piernas, arquean sus pechos y llevan los cabellos cortados.Una pareja de reyes hace su entrada; el oficial y la dama de hace un momento. Se colocan sobre un estrado. Las parejas están ardientemente enlazadas. En un rincón, un hombre completamente solo, en medio de un gran espacio vacío. Lleva en la mano una valva de ostra, cuya contemplación le absorve extrañamente. Poco a poco descubrimos en él al reverendo. Pero, trastornándolo todo a su paso, he aquí a ese mismo reverendo que entra llevando en la mano el caparazón con que jugaba tan frenéticamente un poco antes. Levanta el caparazón al aire como si quisiera golpear con él a una pareja. Pero en este instante, todas las parejas se congelan, la mujer de cabellos blancos y el oficial se disuelven en el aire y la mujer reaparece en el otro extremo de la sala en el marco de una puerta que acaba de abrirse.Esta aparición parece aterrorizar al reverendo. Deja caer el caparazón que lanza al romperse una llamarada gigantesca. Después, como atacado por un sentimiento de pudor imprevisto hace el gesto de atraer hacia sí sus vestidos. Pero en la medida en que toma los faldones de su ropaje para colocarlos sobre sus muslos, se diría que dichos faldones se alargan y forman un inmenso camino de noche. El reverendo y la mujer corren enloquecidos en la noche.Su carrera se corta por sucesivas apariciones de la mujer en actitudes diversas: tan pronto con una mejilla hinchada, tan pronto sacando una lengua que se alarga hasta el infinito y de la que se cuelga el reverendo como de una cuerda. Tan pronto con el pecho horriblemente henchido.Al fin de la carrera, se ve al reverendo desembocar en un pasillo y la mujer tras él, nadando en una especie de cielo.Súbitamente una gran puerta, toda revestida de hierro. La puerta se abre bajo un invisible impulso y se ve al reverendo caminando hacia atrás y llamando delante de él a alguien que no acude. Entra en una gran sala. En esta sala hay una inmensa esfera de cristal. Se acerca a ella, de espaldas, llamando siempre con el dedo a la persona invisible.Se siente que la persona está cerca de él. Sus manos se elevan en el aire como si abrazase un cuerpo de mujer. Después, cuando está seguro de tener agarrada la sombra, esta especie de doble que no se ve, se lanza sobre ella, la estrangula con expresiones de un tremendo sadismo. Y se siente que introduce la cabeza cortada en el tarro.Lo encontramos de nuevo por los pasillos, con aire desenvuelto y haciendo girar entre sus manos una gruesa llave. Enfila un pasillo, al fondo de este pasillo hay una puerta, abre la puerta con la llave. Después de esta puerta, otro pasillo, al fondo de este pasillo hay una pareja en la que descubre de nuevo a la misma mujer con el oficial cargado de condecoraciones.Comienza un persecución. Pero una multitud de puños sacuden una puerta. El reverendo se encuentra en el camarote de un barco. Se levanta de su litera, sale al puente del navío. El oficial está allí, cargado de cadenas. Parece entonces que el reverendo se recoge y reza, pero cuando alza de nuevo la cabeza, a la altura de sus ojos, dos bocas que se juntan le revelan al lado del oficial la presencia de una mujer que hace un momento no estaba allí. El cuerpo de la mujer reposa horizontalmente en el aire.En ese momento un paroxismo hace presa en él. Parece que los dedos de cada una de sus manos buscan un cuello. Pero entre los dedos de sus manos, cielos, paisajes fosforescentes, y él completamente blanco y con toda la apariencia de un fantasma, pasa con su navío bajo bóvedas de estalactitas.El navío visto de muy lejos sobre un mar de plata.Y se ve en primer plano la cabeza del reverendo acostado y respirando.Del fondo de su boca entreabierta, del hueco entre sus pestañas se desprenden como humaredas relucientes que se juntan todas en un ángulo de la pantalla, formando como un decorado de ciudad, o paisajes extremadamente luminosos. La cabeza acaba por desaparecer completamente y casas, paisajes y ciudades se persiguen, enlazándose y desenlazándose, forman en una especie de firmamento increíble de celestes lagunas, grutas con estalactitas incandescentes y bajo esas grutas, entre esas nubes, en medio de esas lagunas, se ve la silueta del navío que pasa una y otra vez, negro sobre el fondo blanco de las ciudades, blanco sobre los decorados de visiones que súbitamente se vuelven negras.Pero por doquier se abren puertas y ventanas. Oleadas de luz entran en la habitación. ¿Qué habitación? La habitación de la esfera de cristal. Criadas, sirvientas invaden la sala con escobas y cubos, se precipitan a las ventanas. Por todas partes se agitan intensa, frenética, apasionadamente. Una especie de ama de llaves, rígida, toda vestida de negro, entra con una biblia en la mano y va a instalarse junto a una ventana. Cuando podemos distinguir su rostro descubrimos que es de nuevo la misma bella mujer. Afuera, en un camino, vemos un cura apresurado, y más lejos una muchacha en traje de jardín, con una raqueta de tenis. Está jugando con un joven desconocido.El cura entra en la casa. De todas partes surgen criados y acaban por formar una fila impresionante. Pero por las necesidades de la limpieza surge la necesidad de cambiar de sitio la esfera de cristal que resulta ser simplemente un recipiente lleno de agua. Pasa de mano en mano. Y por momentos parece que dentro se moviera una cabeza. El ama de llaves manda llamar a los jóvenes que están en el jardín, allí está el cura. Y de nuevo son la mujer y el reverendo. Parece que los van a casar. Pero en este momento por todos los ángulos de la pantalla se amontonan y aparecen las visiones que cruzaban el cerebro del reverendo cuando dormía. La pantalla se rompe en dos por la aparición de un inmenso navío. El navío desaparece, pero de una escalera que parece subir hasta el cielo desciende el reverendo sin cabeza y llevando en la mano un envoltorio de papel. Llegado a la sala, donde todo el mundo está reunido, descubre el paquete y saca la esfera de vidrio. La atención de todos llega al límite. Entonces se inclina hacia el suelo y rompe la bola de cristal: de ahí surge una cabeza que no es otra, sino la suya.La cabeza hace una mueca horrorosa.La sostiene en la mano como un sombrero. La cabeza descansa sobre una concha de ostra. Al acercar la concha a sus labios, la cabeza se funde y se transforma en una especie de líquido negruzco que él sorbe cerrando los ojos.

jueves, 20 de marzo de 2008

“Paseo Nocturno”, de Rubem Fonseca



Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en su dormitorio practicando impostación de la voz, la música cuadrofónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.
Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y, como siempre, no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?
La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta. ¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear en auto todas las noches, ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta de la cochera, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón latía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio, a la postre, era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.
Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas. La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.