domingo, 25 de mayo de 2008
“Los retos actuales de la filosofía. De Marx a Matrix”. Entrevista a Slavoj Žižek, de Eric González
Una de las habitaciones del apartamento de Slavoj Žižek está llena de juguetes, casi todos bélicos: soldaditos, barcos, aviones de guerra. Son del hijo, de cinco años. “Estoy tratando de darle una buena educación estalinista”, bromea el filósofo. Un ejemplo: “El otro día estábamos jugando a las batallas y un soldado cayó muerto. Entonces me miró y me dijo: papá, ¿no podríamos hacer que la muerte de este soldado pareciera accidental? ¡Bravo por el pequeño estalinista!”. Otro detalle inquietante: “Cuando en esas batallas ocupa un territorio, quema las ciudades y mata a las campesinas alegando que es peligroso dejarlas vivas porque pueden ayudar a la Resistencia”.
Más en serio, Žižek se pregunta si está educando bien al chico. “Hacia los cinco años los niños desarrollan la agresividad y creo que es bueno canalizarla y desahogarla”, explica; “pienso que no les ayudan los juegos edulcorados y que les conviene más ser conscientes de que cada acción conlleva una responsabilidad”.
La curiosidad de Žižek resulta incontenible. Durante la entrevista con EL PAÍS no hace demasiado caso de las preguntas, arrolladas por el torrente de su discurso; en cambio, es él quien de vez en cuando plantea baterías de preguntas sobre José Luis Rodríguez Zapatero (“¿es gay?”, “¿es austero?”), sobre la fiebre constructora en la costa mediterránea, sobre las antipatías interregionales en España, sobre Antonio Gaudí (“un gran arquitecto irremediablemente kitsch”) y sobre muchas otras cosas.
El filósofo esloveno utiliza como herramientas principales el análisis marxista y el psicoanálisis. Sus panegíricos al estalinismo son puramente teóricos y su pensamiento es lo bastante flexible como para ocuparse con gran amenidad de cualquier asunto. Puede explicar, por ejemplo, las teorías de Lacan recurriendo a las películas de Hitchcock y el 11-S partiendo de Matrix; es un especialista en el pensamiento de San Pablo, al que admira como “revolucionario y agente de un cambio radical”, y a la vez un crítico feroz de la espiritualidad new age (El títere y el enano: el núcleo perverso del cristianismo); combina los chistes, las referencias cinematográficas y las anécdotas históricas con párrafos de alta densidad.
El libro de próxima edición es España es La tetera prestada, sobre el conflicto de Irak. Su obra más reciente, publicada el mes pasado por la editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), es, según Žižek, la cumbre de su trabajo. Se titula The parallax view. El “parallax” al que se refiere es el fenómeno por el que un objeto parece desplazarse cuando cambia el punto desde el cual es observado. La obra reivindica el materialismo dialéctico y aborda la distancia insalvable entre nuestra experiencia de la realidad y su explicación científica.
Luego de subrayar que estas zonas de emergencia crecen debido a lo que se llama globalización o mercado mundial, y de destacar que en esas comunidades surgen nuevas formas de organización (aunque también “gangsters”), el filósofo enfatizó que es preciso detectar “qué nuevas formas de autoconciencia e ideología surgirán allí, porque hacia las utopías se avanza cuando no queda más remedio que inventar otra forma de vida”. Ante ese hipotético escenario, ¿cómo se posicionarán los ciudadanos de la clase media alta? “Aunque tengan una simpatía hipócrita y un poco paternalista –dijo Žižek– el problema para ellos es la brutalidad de la violencia en estos sectores”. Y ahí citó el ejemplo de El matadero: “En la noción liberal de la tiranía siempre se combina a la persona demonizada del dictador con el disgusto por las clases bajas de la población”, prosiguió. “El matadero pone luz al transfondo de odio liberal que existe hacia esa tiranía, hacia las clases bajas. Y creo que eso encubre, en realidad, un disgusto casi metafísico por la vida misma, que es brutal, huele mal, sangra. Los liberales quieren café descafeinado, que no tiene gusto ni huele a nada. El tema es que hasta la ideología más noble se basa en una obscenidad oscura”. Hasta el gobierno más democrático, señaló Žižek, se sostiene por una “amenaza”, por un “hilo invisible” que, entre líneas, es siempre el mismo: la “posibilidad” de ser arbitrario. “El significante de la autoridad simbólica siempre se sostiene por una fantasía, cuya dimensión es la de este hilo invisible”, dijo Žižek citando a Lacan. “Piensen en qué pasa si alguien los amenaza: para que esa amenaza sea efectiva tiene que quedar flotando, como un poco abstracta”, explicó, y aseveró que el mecanismo, tan visto a lo largo del siglo XX, hoy es más evidente que nunca. “La función de este hilo invisible es justificar medidas muy materiales y visibles”, concluyó. “Por ejemplo, la llamada guerra contra el terror. Es interesante cómo todo el mundo tiene temor de especificar al enemigo. Si alguien culpa demasiado al Islam, aun gente como Sharon o Bush explotan en pasión y dicen ‘no, el Islam se basa en la compasión’. Yo creo que el sentido de eso no es la tolerancia políticamente correcta: más bien se busca que el enemigo no sea identificado, que no pierda su condición fantasmal”, haciendo así, acaso, más fácil el abuso.
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