El problema de este mundo es que hay demasiada gente. El espacio se va estrechando, las ciudades se aprietan, las calles están cada vez más atestadas, los edificios, las habitaciones...
El exceso de personas, por otro lado, conduce a un aumento en el gasto de energías, de combustibles, de alimentos, de agua y de otros insumos, tanto básicos como suntuarios (con las dificultades innegables para definir unos y otros). Distinto sería si cada individuo portara un dínamo (o algún sistema generador a través del movimiento) y produjera su propia energía (origen y solución del problema), convocando en aquel acto, en apariencia mínimo, la arista más patética de la vida postmoderna.
Así las cosas, el problema es evidente, pero la solución –real e inmediata- no lo es tanto; o bueno, sí lo es, pero no es nada amable. Si el problema es que existe demasiada gente, la solución directa es recortar el número de sujetos. Así de simple. Pero como no es tan sencillo reducir el número de sujetos, la única vía parece ser la regulación de la natalidad, a nivel personal y gubernamental. Corrijo, si esperamos solucionar el problema, la implementación de las normativas que tiendan a dosificar la natalidad, debiera ser urgente e inmediata. Algunos sociedades y gobiernos ya han experimentado limitando la natalidad teniendo resultados eficaces, incluso exitosos.
Ahora bien, como todos sabemos, hay ciertos temas, o actitudes, que la gente practica pero no comenta (como por ejemplo la elección de los sujetos para su reproducción); por esto será imposible normar la “calidad” de los sujetos a nacer, aunque esa “calidad” sí se aplique (y todos lo aceptemos sin mayor reparo) al momento de elegir al sujeto con el cual queremos aparearnos. Esto sería, en varios sentidos, lo ideal, pensando sobre todo en el envejecimiento de la población, con la consecuente necesidad de contar con individuos fuertes y hábiles para hacer frente a esta situación desmejorada.
Por otro lado, se debiera llamar a la población a tomar conciencia urgente acerca de la necesidad de limitar la reproducción humana, antes de regular por ley la autorización de tener un hijo por familia (o el número que se estime conveniente, no mayor a dos, salvo casos de excepción), so pena de reconvenciones formales y por escrito, multas en dinero, llegando incluso, si el caso lo requiere, a la quirurgia inhabilitadora.
Sé que suena exagerado, por el momento, pero llegará el día (y ese día es más cercano de lo que la mayoría piensa) en que estos temas serán tratados en cada parlamento y centro de debate, en cada país del mundo. La sobrepoblación, unida a efectos climáticos y desastres naturales (ambos, ciertamente, en cercana relación de acción y reacción), amenazan, hoy por primera vez en cientos de años (desde las pestes de alcance mundial en el medioevo que no estábamos expuestos a una potencial masacre como ésta) con un final abrupto y miserable, sociedades empobrecidas, guerras por el agua, desiertos que avanzan sin contrapeso y el alzamiento del océano, producto del derretimiento de los polos; provocando la muerte de millones de personas (en el mejor de los casos) y el desaparecimiento de todo rastro de vida (en el peor).
Es decir, las consecuencias están a la vista. Mi propuesta, simple, directa y desprovista del cinismo natural del ser humano, es adelantarse a los hechos, tender a la disminución en vez de al aumento descontrolado; a la racionalización de los recursos en vez de al disparate. Insisto, la única vía posible es que la población humana disminuya. No hay otra manera. Y para esto se debe aconsejar a la sociedad, primero, y hacerle ver de las inconveniencias de aumentar el número de la población; regular la natalidad, después, y por último (sé que es una medida impopular, pero es lo suficientemente razonable) se debe llegar a la eliminación discriminada de sujetos.
En la antigüedad, esta función depuradora la cumplían las guerras, las pestes y las bajas expectativas de vida, (por enfermedades, exceso de trabajo, etc.); pero hoy, la responsabilidad (y por lo tanto la conciencia) recae en el mismo ser humano, sin excusas (como es el caso de una guerra). Hoy las guerras no tienen los efectos devastadores, en términos demográficos, que tenían antes. Las pestes han sido relativamente controladas, y las pocas enfermedades que no cuentan con una cura rápida y certera, han sido, lamentablemente, manipuladas casi hasta su solución total. Infelizmente las expectativas de vida del ser humano han aumentado, provocando el mayor desastre, natural o artificial, de todos los tiempos en la historia del planeta: el exceso de población.
El disminuir la población concientemente es una medida extrema, sin duda, aunque valiente y honesta; pero llegará el tiempo en que nos veremos obligados a hacerlo. La elección de los sujetos para llevar a cabo esta medida, es más difícil e impopular aún. Se debiera considerar, inicial y tentativamente, el ofrecimiento voluntario; sin embargo, y en caso de ser insuficiente la respuesta a este primer llamado, supongo que lograré algún consenso al proponer a los sujetos-parásitos de nuestra sociedad para continuar, incluyendo acá a pedófilos y violadores. El número de sujetos que componen estos grupos no es menor y este porcentaje ayudaría en algo a satisfacer de mejor manera las necesidades del resto de la población. Después de llevado a cabo este ejercicio, el asunto se pone más difícil, y el consenso se hace aún más improbable. Pero al menos ya habremos comenzado.
Este tema (y solución) debiera ser parte de cada seno familiar, de amistades, de camaradas, de compañeros de trabajo; debiera nacer desde cada individuo y, de esta manera, no vernos expuestos a esta coyuntura terrible que parece avanzar sin más voces contrarias que un par de periodistas llenos de ideales y otro par de ecologistas alienados, quienes parecen estar más obsesionados con retratarse saltando a barcos balleneros que con soluciones de corte real.
Basta ya. Es la hora de corregir esta situación. Aún queda tiempo para hacerlo, poco pero queda. Es la hora de pensar y decidir qué es lo que queremos: un mundo con hora de final, o una reactivación social, un profundo cambio, una nueva sociedad, una esperanza en el futuro. Está en cada uno, y en la suma de los unos, el destino de esta presente forma de vida.
martes, 13 de mayo de 2008
“Sobrepoblación, el mayor de todos los desastres”, de Michel Houellebecq
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